miércoles, 24 de abril de 2013

Premios del V Concurso Literario Colegio El Valle (II)

Categoría: Primer Ciclo de E.S.O. (1º-2º ESO)

Modalidad: narrativa

Trabajos seleccionados

Tras la lluvia sale el sol, Blanca Álvarez (1º ESO A)

     La chica rubia se rió al ver cómo quedaba una marca carmesí tras su puñetazo. Carcajadas se oían por todas partes cada vez que recibía un golpe en público. Un público que disfrutaba con mi humillación... La campana sonó y, como si del telón de un teatro se tratara, puso fin a mi dolor. Me levanté pese a las heridas y caminé hasta la fila. Me coloqué la última, sin mirar a nadie a los ojos. ¿Y para qué mirarles? Todas las miradas son, o de pena por mí, o de asco. Y esto me lo gané por ser diferente al resto. Mi mirada se ve vacía. Pero, si alguien se acerca y mira detenidamente verá mi sufrimiento.
     Al entrar en clase me coloqué en primera fila. Y a mi lado, como cada día, estaba la chica rubia de antes. El profesor empezó a explicar y yo empecé a dibujar en mi libreta.
     -Perdona, don Luis, ¿puede salir un segundo? -preguntó un profesor desde la puerta. Don Luis asintió con la cabeza y salió cerrando la puerta. La chica rubia me quitó la libreta de las manos y se puso de pie en la silla.
     -¡Mirad lo que ha hecho nuestro bichito raro! -gritó mientras alzaba mi libreta-. Ups... se me ha roto -dijo, mientras arrancaba la hoja de la libreta y la rompía frente a mi cara. Ella se volvió a sentar correctamente en su silla y me dedicaba una sonrisa malvada.
     Don Luis entró nuevamente en clase y reanudó la explicación. Yo miré a la pizarra con un pellizco en el corazón.
     Después de las clases me fui a mi casa andando, para evitar otro encuentro con aquella chica en el autobús. Empezó a chispear... Nada más llegar a mi casa corrí por las escaleras a mi cuarto. Una vez allí, dejé mi mochila en el suelo y me tumbé en mi cama mirando por la ventana cómo caía la lluvia. Y así se hizo de noche.
     Al día siguiente, en el instituto, todo transcurrió con cierta normalidad, hasta la hora del recreo. Cuando salí al patio vi que amenazaba tormenta, y no solo me refiero al cielo. Ella estaba allí de nuevo, mirándome con gesto desafiante. La pesadilla rubia avanzó hacia mí. Imaginé lo peor. Cerré los ojos con fuerza y apreté los dientes, esperando de su puño, o de sus palabras, un nuevo impacto.
     Pasaron unos segundos pero el golpe no llegaba. En su lugar, comencé a oír murmullos, risas ahogadas y más tarde carcajadas. Me atreví a abrir un ojo y me quedé sorprendida ante la escena: mi pesadilla rubia rodeada por un tumulto de gente señalándola y riéndose de ella. La lluvia que había comenzado a caer con más intensidad había desdibujado su ridículo maquillaje. Espesos goterones de rímel resbalaban por su rostro, parecía un patético payaso de circo.
     Había llegado mi oportunidad. Mi venganza. Me acerqué a ella con intención de unirme a las burlas y devolver todo el daño que me había hecho. Pero al mirarla de frente, a la cara, y ver la vergüenza y el ridículo reflejado en sus ojos ennegrecidos, me di cuenta de que ya no la temía. Tampoco la odiaba. Solo sentía comprensión y lástima. Saqué un pañuelo del bolsillo de mi cazadora y se lo ofrecí. Ella me miró atónita. No podía creer que yo desaprovechase la oportunidad de vengarme y que, en cambio, le ofreciera mi ayuda.
     Ella agarró el pañuelo y se limpió la cara. Me sentí más poderosa y más libre que nunca. Me di la vuelta, alejándome de allí, mientras una sonrisa brotaba de mis labios. Y el sol empezó a salir entre las nubes.


Las aguas del terror, Celia Ruiz (1º ESO A)

     Todos los peces del gran mar Cantábrico se reafirmaban en una cosa: que nunca irían a las aguas oscuras del terrible mar, que según decían los peces más ancianos, era escondite de grandes tiburones y peligrosas redes de pesca y, que aquel lugar estaba tan oscuro por culpe del agua negra, que llegó y destrozó todo lo que encontró. Pero un pececito intrépido y sin temor nada llamado Cristóbal, decidió nadar hasta el mar oscuro y volver, tomando unas buenas instantáneas.
     Nada sirvió, para que tozudo pececillo decidiera cambiar de idea. Y dos días después zarpó del mar Cantábrico para llegar al mar oscuro.
     El viaje fue agotador; por suerte, se encontró con delfín Plumín, y así consiguió avanzar un buen trecho, pero cuando ya se divisaba el mar oscuro, Plumín corcoveó y derribó a su viajero. Acto seguido se marcó tan rápido como una moto acuática, dejando una estela de espuma en el agua.
     Cristóbal empezó a avanzar al mar oscuro, se adentró en él pero, de repente, un dolor le llegó a los ojos, que cerró con fuerza. Notó que el agua le quemaba y se le pegaba como una lapa.
     Cayó como una piedra y su último pensamiento fue "No saldré nunca de aquí".
     -¿Vive, no mamá? ¿Respira?
     -Sí, Annie, mira, está abriendo los ojos.
     Cristóbal se encontraba en una casa que no conocía, la puerta era tan grande como para que pasara una ballena, o eso le pareció.
     El techo era bastante alto y las paredes estaban pintadas de un azul muy feo, la decoración estaba escogida con pésimo gusto, y flotaban trozos de dientes de... ¡tiburón!
     -¿Te encuentras bien? -una pequeña tiburón le contemplaba con ojos luminosos. En ese momento, la puerta se abrió y entró el ¡terror de los mares! El mayor asesino de los siete mares, el gran tiburón.
     -Hola, yo salvarte -dijo el tiburón-. Tú aquí, hasta tú estar bien.
     Al cabo de cinco días, Cristóbal ya estaba recuperado y había engordado cinco kilos. Los tiburones le ofrecieron un casco y una pomada mágica, que seguro habían robado, después hicieron algunas fotos al mar negro y ese día montaron una fiesta.
     Pero Cristóbal, que no se fiaba de los tiburones, decidió marcharse y cuando estos se enteraron le revelaron al joven pez sus oscuros designios... iba a ser el ¡plato fuerte del día!
     Al oír esto, el pez se marchó corriendo, empezó a nadar y aceleró; oía a los tiburones abriendo y cerrando sus mandíbulas, pero no le veían muy bien. Cristóbal suspiró y... Flaw. Una red de pesca lo capturó.
     Al ver el pez que habían capturado se relamieron y decidieron comer pescado a la parrilla.
     Una gaviota, que volaba cerca, al ver la cámara del pez en su lomo, la cogió e hizo algunas fotos, en las que aparecía el barco vertiendo petróleo.
     Después de hacer esto, la gaviota dejó caer la cámara en la aleta de un tiburón y, al pasar este por el puerto, fue capturado por una red. Por suerte para él eran ecologistas, que cogieron la cámara y detuvieron el barco, obligándolo a soltar a los pezqueñines.
     Lástima que a Cristóbal ya se lo habían comido. ¿O no? No, Cristóbal ya estaba en su casa. Regresó después de ser liberado por los ecologistas.
     Al cabo de un año de esta aventura, llegó una sorpresa: el mar oscuro estaba limpio.
     Poco a poco, los peces y demás animales marinos fueron mudándose al mar oscuro, que ahora era transparente.
     Cristóbal fue uno de los primeros peces que se marchó a vivir allí. Y con el paso del tiempo se hizo amigo de Annie, la pequeña tiburona, y se casaron y comieron perdices... Uy, digi plancton. Se casaron, comieron plancton y fueron felices.

PRIMER PREMIO

El pequeño limpiabotas, Lucas Cañizares (1º ESO B)

     David era el mayor de cinco hermanos, hijo de un limpiabotas que se ganaba la vida ejerciendo su trabajo en un café para intelectuales y ejecutivos del centro de su ciudad. Mientras su padre limpiaba los zapatos, él se dedicaba a hacer los recados que aquellos señores necesitaran: ir a por tabaco, a por el periódico, etc. Y mientras no recibía encargos, como le gustaba mucho dibujar, se sentaba cerca de su padre y dibujaba: las casas de enfrente, los árboles del parque, los perros..., y por la noche se los regalaba a su madre.
     Un buen día, llegó un elegante señor a limpiarse los zapatos. Dirigiéndose a él, le dijo:
     -Oye, niño, ¿podrías traerme el periódico?
     David respondió:
     -Encantado, señor, para eso estoy aquí.
     Dejó el dibujo en la mesa junto a su padre, recogió el dinero que le dio el señor y salió corriendo hacia el quiosco.
     Cuando aquel señor vio el dibujo de David se quedó asombrado de lo bien que el niño dibujaba.
     -¿No le interesaría que su hijo, que tiene buenas cualidades, fuera a la escuela de Bellas Artes? -dijo el señor.
     -No tenemos dinero para pagar ningún estudio.
     -No creo-contestó aquel señor- que fuera muy difícil con sus aptitudes conseguirle una beca.
     Y así la vida de David empezó a cambiar.
     Por la mañana seguía con su padre y, por la tarde, acudía a la escuela de Bellas Artes, donde le facilitaron pinceles y pinturas y le enseñaron los fundamentos del Arte de pintar. Sus progresos fueron rápidos y, a medida que fue haciéndose mayor, por la mañana iba a la escuela de Bellas Artes y por la tarde trabajaba de camarero donde su padre limpiaba zapatos. Se le ocurrió llevar al café, con permiso del dueño, los cuadros que pintaba para adornar las paredes. Los clientes empezaron a interesarse por su pintura y empezó a vender cuadros. Un día, su mentor, que tenía una sala de exposiciones, le ofreció montarle una exposición. Fue tal el éxito de la misma, que David empezó a recibir encargos y vender cuadros.
     Su vida y la de su familia cambió, porque con el dinero que ganaba pudieron comprarse una casa decente. Sus hermanos pudieron ir a la universidad, su padre dejó de limpiar zapatos y su madre ya no fue más de casa en casa limpiando por horas.
     David era el hombre más feliz del mundo, porque había conseguido sacar a su familia de la chabola donde siempre habían vivido, pero sobre todo porque se sentía útil y había cumplido sus mejores deseos.

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